Ultimamente se habla mucho de innovación, casi tanto como hace años se hablaba de calidad. Todo porque la competencia de Asia y Europa del Este acecha y eso nos obliga a sustituir la inversión extranjera, que buscaba fundamentalmente menores costes, por nuevos productos de desarrollo propio. Y esta innovación está muy relacionada con las redes sociales.¿Por qué? Por una razón básica: la innovación está reñida con el tamaño de las empresas. Cuanto más grandes, más recursos destinan a I+D y, sin embargo, menos capacidad tienen para aplicar sus resultados. Las más pequeñas son las que menos dinero dedican a investigar pese a que tienen más libertad de movimientos y rapidez para actuar.Por eso, desde hace años se habla de la necesidad de generar redes de empresas como vía para que unas “contaminen” su innovación a otras. Más que de innovación hay que hablar, por tanto de “comunidad de innovación” (este término lo citó el otro día el diputado general de Gipuzkoa, Joxe Joan González de Txabarri).Un objetivo que, por otra parte, es sumamente complicado en un entorno de competencia en el que todos quieren quedarse para sí con los réditos de la I+D. ¿Cómo romper estas lógicas rencillas? En primer lugar, creando centros de reunión y de puesta en común de proyectos y conocimientos, fundamentalmente físicos. Y en segundo lugar, incentivando la colaboración empresarial y no sólo la innovación.