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Mark Zuckerberg, Bill Gates y el futuro de la universidad

accidental billionairesEsta semana se va a hablar mucho de Facebook y especialmente de su fundador, Mark Zuckerberg, biografiado en una película que sale el viernes y que tiene todos los ingredientes necesarios para hacernos vibrar: sexo, dinero, puñaladas y hasta drogas. Pero después de leer este verano el primer libro que se escribió sobre el tema, “Multimillonarios por accidente“, creo que la historia de Facebook debería abrir también un debate serio sobre el futuro de la universidad. No en vano, tanto Zuckerberg como Bill Gates, dos de los hombres más ricos del mundo, tienen algo en común: fueron a Harvard y se marcharon rápidamente de allí.

Y no son los únicos. Steve Jobs, otro genio de nuestros tiempos, y Amancio Ortega, el fundador del imperio Inditex y considerado el español más rico, tampoco se licenciaron. Por supuesto que hay excepciones. Sin ir más lejos, Larry Page y Sergei Brin, los dos fundadores de Google y judíos como Zuckerberg, diseñaron el motor de Google durante su doctorado en Stanford, la cuna de la mayor parte de los cerebros de Silicon Valley.
Sea como fuere, creo que la universidad tiene un futuro lleno de sombras. La formación estructurada y más o menos cerrada que ofrece desde hace siglos cada día tiene menos sentido. Hoy es preciso aprender de forma constante e Internet es el mejor lugar para hacerlo. Leer y, sobre todo, ejercer son las mejores escuelas. Con curiosidad y una conexión a la Red se puede hoy en día hacer de todo.
El ejemplo de Zuckerberg y sus socios me parece fantástico. El fundador de Facebook no aprendió a programar en la universidad, sino que ya lo venía practicando desde crío. El hecho de estar en Harvard sólo le sirvió realmente para poder dirigirse a una comunidad de estudiantes y poder probar con ellos su red social. Sus compañeros de universidad fueron una especie de ratones de laboratorio que le permitieron comprobar que el producto tenía éxito y se podía extender a otros puntos. Para nada más.
Bueno, sí. Allí conoció a su primer socio, Eduardo Soverin, que puso el dinero para comenzar el proyecto. Además, sus dos compañeros de habitación se convirtieron también en los dos primeros programadores de la empresa y, antes de emigrar hacia Palo Alto, ficharon a dos becarios de entre los estudiantes de informática de Harvard. Pero eso es todo. Ninguno de los fundadores de la que hoy es la empresa con mayor proyección del mundo parece haber adquirido grandes conocimientos en la universidad.
Es más. En cuanto vieron que la asistencia a las aulas les quitaba tiempo para poder cumplir su sueño, no dudaron mucho en abandonarlas. El único que no lo hizo, Soverin, es el que peor parado saldría a la larga. También me parece apasionante la historia de cómo convirtieron una pequeña vivienda de Palo Alto, en el corazón del Silicon Valley, en su casa y lugar de trabajo, en su verdadera universidad. Sólo tenían 21 años.
Como no tenían muchos recursos, dormían junto al ordenador y se pasaban programando día y noche. Y para moverse, compraron un coche tan estropeado que no tenía ni llave de contacto. Esta es otra de las historias que se merece una reflexión profunda: en España hay gente tan o más apasionada, pero ¿serían capaces de dejar sus hogares, mudarse a miles de kilómetros de distancia, abandonar sus estudios y vivir en condiciones tan modestas?
Me temo que no. Sobre todo, porque aquí no tenemos referencias que nos lleven a pensar que los sueños se pueden hacer realidad. Como consecuencia, somos mucho menos ambiciosos, tenemos menos confianza en nosotros mismos y maduramos con mucho retraso. Son diferencias culturales que explican por qué algo como Facebook no se podría haber gestado en España.
Por cierto, Steve Jobs contó su historia en la universidad en lo que probablemente es el mejor discurso de la historia de la humanidad: