/¿Cómo será la Web 3.0?

¿Cómo será la Web 3.0?

A raíz de un par de llamadas de periodistas preguntando por «la web 3.0» y de una discusión con otros empresarios sobre si la Web 2.0 es más marketing que otra cosa, he preparado este texto, absolutamente ficticio, sobre la Web 3.0… o la 5.0, si es menester. Es más un desideratum que otra cosa y reconozco que está muy inspirado en The Cluetrain Manifesto, ese libro-utopía que un día me regaló el microsiervo Alvy.

Son las 8 de la mañana del 21 de enero de 2015. Me he despertado al ritmo marcado por mi asesor musical de Google. Un par de canciones copyleft recomendadas por mi red social (la Sgae se autoliquidó hace ya cinco años) y tres ‘buenos días’ de ciberamigos que ya estaban arriba y querían saludarme. Obviamente, todo está conectado a Internet: desde el despertador hasta la ducha. Todo es interactivo y bidireccional. Las personas que conozco me hablan cuando Big Google entiende que me va a interesar lo que pueden contarme.
Sí, he dicho Big Google. Y es que Google se ha hecho tan grande que Internet es suyo. Eso sí, todos los ciudadanos del mundo somos accionistas de Google y las grandes decisiones son sometidas a votación universal. El espíritu 2.0 llevó a eso. A que Google fuera más grande que los gobiernos, hasta el punto de que se convirtió en sí mismo en «el gobierno». Afortunadamente, hemos conseguido así una ONU por expreso deseo de Sergey Brin y Larry Page, que en 2012 fueron nombrados premios Nobel de la Paz.
Según me duchaba (hay cosas que nunca cambian) me acordaba del estrés con el que tenía que hacerlo en tiempos de la Web 1.0, cuando todos teníamos que trabajar para comer. Ahora me gano la vida dando consejos. Hay tanta gente en Internet que se fía de mí que me basta con decirles lo que hago y por qué. Es un trabajo muy relajado. Los ordenadores se encargan de todo lo demás. Internet piensa y los seres humanos nos limitamos a relatar experiencias personales. ¿Y quién me paga? Básicamente, vivo de comisiones por los ingresos que generan mi consejos.
Es verdad que soy un privilegiado. En la época de la Web 2.0 mis opiniones y juicios fueron muy bien valorados por mi red social, hasta el punto de que me convertí en alguien con criterio. La gente que sigue mis consejos sabe que soy de fiar, que no me dejo llevar por criterios comerciales, como sucedía en la Web 1.0, cuando todos comprábamos lo que más se anunciaba o lo que nos recomendaba la gente de nuestro entorno más cercano.
Hoy nuestro entorno más cercano es todo el mundo conectado. Y los ordenadores se encargan de filtrar los consejos y criterios de millones de personas en función de su prestigio y buen criterio. El mío parece tener muy buena consideración, lo que hace que mis comisiones sean mayores que las de otros. Estar en la parte superior de ese ranking te lleva a ganar más y para ascender no vale con ser el que más invierte sino en ser el más honesto, además del más activo.
Es verdad que hace cuatro años hubo un intento de corromper el sistema. Los spammers trataron de ascender en la escala, pero Big Google consiguió pararles los pies con la ayuda de todos. Además de penalizarles económicamente, sus nombres se hicieron públicos. Su prestigio cayó casi para siempre. La economía de la atención se volvió contra ellos. Sus esfuerzos se dirigen ahora a volver al punto de partida.
Es curioso cómo hemos dado la vuelta a la tortilla. Todavía recuerdo que en 2006 me dejaron sin acceso a Internet y nadie se hacía cargo. Además de que la Red ya no falla, hoy padecer un corte de un proveedor te hace subir puntos en el «CredibilityRank». A todos nos gustaría que un avión llegara tarde o que se nos «cayera» la electricidad. El consumidor ya no es sufrido sino agraciado y el que lo paga es el proveedor, que pierde puntos. Las oficinas del consumidor se encargan ahora de atender a las empresas que estiman que ha habido reclamaciones fraudulentas.
Pero este papel de vigilancia lo desempeñan especialmente los medios de comunicación. En su seno trabajan especialistas en desvelar fallos del CredibilityRank e intentos de fraude. Su credibilidad personal también está en juego, así que se esfuerzan por hacerlo lo mejor posible. Su jefe no es la empresa que edita el medio sino el CredibilityRank, todos. Tú y yo, como dijo la revista Time en 2007. La función de entretenimiento de los medios también ha cambiado y ahora sólo producen aquello que realmente interesa a los usuarios. Es verdad que hay más telebasura, pero es que es tan divertida…
¡Ah! Se me olvidaba contar que la política también ha cambiado por completo. Cuando un representante popular suelta humo, su CredibilityRank cae al momento. Ya no hay elecciones. Quien nos gobierna es quien tiene mayor CredibilityRank en cada momento. Los ciudadanos podemos cambiar de representantes en unos minutos. No es fácil engañarnos.