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Mi respuesta a Gutiérrez-Rubí sobre la relación entre los rebeldes digitales y los partidos políticos

Me ha encantado un artículo de Antoni Gutiérrez-Rubí sobre los retos que los movimientos ciudadanos organizados a través de la Red plantean para los partidos políticos. Su análisis es el más completo que haya visto hasta ahora sobre este nuevo fenómeno, pero creo que peca de un error de partida: la necesidad de que el sistema democrático actual absorba a estos «rebeldes digitales».

«Estos movimientos políticos ciudadanos están formados por personas comprometidas, cada vez con mayor fuerza en la sociedad, y los partidos deben tenerlos presentes por la multitud de gente a la que arrastran. Las organizaciones partidistas se ven movidas en un primer momento a negar su existencia o a minimizarla, pero representa una tendencia que marcará la política del futuro y que cuenta con una gran aceptación y participación», dice Gutiérrez-Rubí.
Sin embargo, a mi juicio, su aspiración más profunda no es integrarse en el estatus quo sino modificarlo de raíz, como si de una revolución se tratara. La mayor parte de los movimientos que se están fraguando a través de las redes sociales no aspiran a gobernar, ni a adaptarse, sino que tienen un importante componente «anti», como bien señala Gutiérrez-Rubí.
Pretenden derrocar a los políticos actuales y sustituir el sistema por otro en el que las decisiones sean más democráticas y en tiempo real. No soportan el marketing electoral ni la corrupción que rodea a la cosa pública en muchos países. Como objetos decisores, confían más en las máquinas, 100% racionales y previsibles, que en las personas, fácilmente manipulables.
Creen que la política está en crisis y los partidos en clara decadencia. Por ello, la tesis de Gutiérrez-Rubí de asimilar a los movimientos sociales de las redes es absurda, pues el objetivo de unos de mantenerse en el poder no casa con el de los otros de derrocarlos para modificar el sistema. Vamos a vivir, por ello, años apasionantes de lucha entre unos políticos con ánimo comercial y asimilador y unos internautas, resistentes al engaño de la gosolina electoral.
Como se demostró con la rebelión contra «la enmienda Sinde», la clase política tratará de acercar posiciones con blogueros próximos, como Nacho Escolar. Pero esa mayoría silenciosa que se manifiesta con posts y tweets se negará a aceptar ser representada y, por ende, a sentarse en el banquillo del sistema. La rebelión está en sus inicios y quiere derrumbar lo que tenemos, aunque tampoco tiene muy claro por qué quiere sustituirlo.
Sea como fuere, es interesante destacar las características principales de este movimiento político gestado en las redes sociales:
1. Sienten alergia hacia todo lo que tenga que ver con las doctrinas y los posicionamientos ideológicos radicales. No se sienten representados por ningún partido.
2. No reconocen a la autoridad ni a las jerarquías impuestas. Una razón más para no confiar en los partidos.
3. Creen en la libre distribución de todo lo que es digital (como la música o el vídeo), por lo que no pueden entender muchas leyes y especialmente las relacionadas con la propiedad intelectual.
4. Son muy individualistas. Los grandes movimientos que se han producido hasta ahora en la Red no tienen un origen específico sino que nacen en varios puntos a la vez y se propagan a la velocidad del marketing viral.
5. No creen en grandes principios ideológicos, sino en pequeñas cosas. Al fin y al cabo no nacen del hambre o de grandes violaciones de los derechos humanos sino de injusticias más o menos grandes que se producen en el día a día y que generan su rebeldía.