Ayer en me quedé leyendo este cartel de Aena en Barajas (T1, que la T4 es otra historia) en el que nos animan a todos a comportarnos cívicamente y no ensuciar demasiado los baños públicos. El resultado de la advertencia (y de la escasa inversión en limpieza) no me atreví a fotografiarlo. En cualquier caso, me llevó a una cierta reflexión sobre los retos de lo 2.0.
Está claro que las sociedades que mejor funcionan son las más 2.0. Curiosamente, las escandinavas, que también son las que mayores ratios de uso de Internet tienen. Se trata de entornos en los que los ciudadanos colaboran sin prejuicios entre sí: pagan religiosamente (y hasta gustosamente) sus impuestos, no ensucian lo que comparten con los demás, conducen con educación o esperan a que la gente salga de los vagones del metro antes de entrar.
En el lado contrario, la Administración también es muy 2.0: es trasparente hasta extremos inimaginables y abierta al máximo a la participación de los ciudadanos en los asuntos de interés público. La colaboración es algo asumido por todos los entes de estas sociedades como un elemento fundamental para que lo público funcione lo mejor posible.
España no es precisamente un ejemplo de este civismo. Somos muy poco 2.0 en lo que al comportamiento ciudadano y administrativo se refiere, aunque las cosas han cambiado mucho en los últimos años. Sin ir más lejos, el otro día una americana me comentaba su imagen de España tras un viaje realizado en 1994: trenes que salen con tres horas de retraso (huelgas), metros que se paran demasiado tiempo en las estaciones (esto en Madrid sigue siendo un problema) y, en general, una sensación de que todo lo público funciona bastante mal. Afortunadamente, hemos mejorado un rato.