Siguiendo con la serie dedicada a los dilemas del Gobierno 2.0, hoy le toca el turno a la transparencia, uno de los tres pilares fundamentales de la apertura administrativa. Consiste básicamente en mostrar públicamente lo que hay detrás de un Ejecutivo, con el fin de que los ciudadanos puedan conocer mejor su actividad y realidad y, por tanto, ejercitar mejor su derecho a la participación.
Obviamente, la transparencia deriva en crítica, una labor que tradicionalmente han ejercido los medios de comunicación, convertidos en auténtico intermediario entre sociedad y política. Sólo los periodistas podían acceder a las notas de prensa y a la información institucional y, por tanto, sólo ellos podían hablar de lo que ocurría en los gobiernos. De ahí que medios y politicos hayan tenido tradicionalmente una relación muy estrecha y fluida, con hitos cercanos como la campaña de acoso y derribo a Felipe González por parte de Pedrojota Ramírez.
La transparencia en la Web 2.0 es distinta. Por una parte, el intermediario periodístico ha perdido su monopolio. Hoy cualquier ciudadano puede acceder a información institucional y hablar de ella en su blog. Otra cosa es que lo haga y ahí se produce el primer dilema: la transparencia no genera necesariamente mayor participación ciudadana. La mayor parte de los bloggers hablan de gadgets. La política les aburre. Y como consecuencia, el monopolio de los periodistas sigue en vigor por la fuerza de los hechos.
Una cosa es tener datos y otra es aprovecharlos para elaborar informaciones de valor. Esto necesita tiempo y trabajo, eso que antes se denominaba «periodismo de investigación». Los periodistas ciudadanos rara vez realizan esta labor. Los buenos «infomediarios» siguen formando parte de las redacciones de los medios de comunicación, cobrando su nómina de una empresa que les marca la dirección en la que deben encaminar esa «investigación».
Pero la transparencia produce otro dilema mucho más difícil de gestionar. Una gran parte de la información que gestionan los «periodistas de investigación» proviene de fuentes «no oficiales». Me refiero a los «dossieres» y otros trabajos cocinados por agencias especializadas o incluso por centros de espionaje. Eso está a la orden del día en todos los países. El periodista recibe un trabajo ya hecho y que persigue un objetivo muy concreto.
Esto es así porque la transparencia no es completa. Y no lo es porque a los políticos no les interesa que lo sea. Son conscientes de que la información es poder y que soltarla sin más, en el fondo les debilita. La apertura de datos se puede volver contra ellos. Por ejemplo, si el Gobierno Vasco hace públicos todos los datos de la contratación pública, cualquier persona podrá analizarla a fondo para sacar conclusiones que vayan contra el propio Ejecutivo. De ahí que la transparencia se haga con cuentagotas.
Por esa misma razón, yo estoy convencido de que es aquí donde realmente podemos fabricar gobiernos abiertos. Sólo si sueltan todos sus datos, podremos los ciudadanos ejercer una auténtica labor de fiscalización de su actividad. La misma que algunos ya estamos haciendo a día de hoy con las respuestas que el Gobierno Vasco tiene que dar en el Parlamento Vasco y que, desde hace unos diez años, están disponibles para todos merced al servicio Zabalik.
Esto no es nuevo. Yo recuerdo en los noventa a gente que pedía insistentemente que los boletines oficiales se publicaran en la Red. Hasta entonces eran documentos de pago, inaccesibles para el común de los mortales. Esta barrera se ha roto hace ya tiempo. Algo parecido ha ocurrido con la información del registro mercantil. Aunque sigue siendo necesario pagar por ella, es fácilmente accesible a través de Internet.
Si se miran las cosas con la perspectiva que da el tiempo, hay que reconocer que los gobiernos se están abriendo como consecuencia de la mayor transparencia que poco a poco van creando. Este proceso no se está haciendo sin tensiones. En todos los gobiernos hay personas que lideran el cambio y otros que prefieren mantener la oscuridad anterior, en la que tan bien se movían. Afortunadamente, van ganando los primeros
Al mismo tiempo, se está produciendo un interesante choque de intereses entre periodistas e informáticos. Los segundos son los que se llevan los mayores beneficios de estos procesos, en la medida en que cobran por desarrollar el software necesario para abrir los datos. Y los primeros, los periodistas, están sufriendo en primera línea el brutal descenso de la publicidad, que generaba la mayor parte de los ingresos de los medios que les empleaban.
Si periódicos, radios y televisiones dejan de ser intermediarios entre ciudadanos y políticos, ¿desaparecerán los periodistas? Yo estoy convencido de que no será así. Las herramientas que construyen los informáticos permiten la apertura, pero la consolidación de este proceso sólo puede venir de la mano de profesionales que sean capaz de analizar esta nueva información.
¿Y cómo se financiará su labor? De la publicidad está claro que no. De las cuotas de suscriptores en España tampoco. Así que sólo queda una solución: si queremos una sociedad realmente democrática y un gobierno abierto que realmente funcione como tal, será necesario subvencionar con el presupuesto público la actividad de los periodistas. Así que menos televisiones oficiales y más dinero para pagar a los profesionales que utilicen el Open Data.
Gracias por el link, José Antonio, y enhorabuena por el post: bastante concreto y condensado, pero con información.
De verdad que creo que se ve al periodismo como un sector que recibe información privilegiada y la va dosificando con objetivos maliciosos, ocultando una gran parte de esa información a la ciudadanía deliberadamente y para beneficio de partidos políticos o grandes empresas.
Pero no lo creo. De hecho, estoy convencido de que el nuevo escenario en el que nos situaremos requerirá a esos informáticos pero también a los redactores, los políticos, la administración… todo en un modelo nuevo, más rápido dinámico y transparente.
Adaptarnos a eso es imprescindible, y negarlo una estupidez. Pero suprimir deliberadamente a ciertos «enemigos» (la prensa, los funcionarios acomodados, los políticos que se niegan a cambiar, los ciudadanos que tampoco quieran aprender a manejar herramientas o aplicaciones para recibir una información que tal vez les supere) puede ser un remedio peor que la enfermedad de una sociedad malacostumbrada a que la tutelen.
Encontrar ese punto de integración que permita una velocidad y conocimiento mayores, y en las que todos podamos adaptarnos: cuidadanos, trabajadores y gobernantes, puede ser un excelente inicio. El final aún está por descubrir, y desde los entornos actuales que se posicionan en el futuro según esquemas viejos (aunque no lo crean) seguro que no damos con él.
Un abrazo.
Mágnífico artículo, Jose Antonio. En él has descrito muy claramente la estrecha relación entre dos lobbys de poder: Políticos y Periodistas.
Estoy de acuerdo contigo en que la apertura de la información, aunque de forma lenta, será progresiva, inevitable y necesaria. Además, los ciudadanos no creo que vayan a sustituir al periodismo y mucho menos al de investigación.
Lo único que no veo democrático es que el periodismo esté subvencionado. Éste se basa en la independencia y no es compatible con la subvención. Todos sabemos lo que ocurre con los canáles publicos de comunicación.
Si los periodistas son capaces de aportar valor a la información no tengo duda de que será rentable su labor y, si no, para qué subvencionar la elaboración de una información que ya existe.
Quizás como apuntas, una solución sea ofrecer más información de investigación y menos noticias basadas en notas de prensa. Y otra, sin duda, es seguir siendo el primero en emitir la noticia.
@Jorge – Me temo que el periodismo de investigación no es rentable por sí mismo. La única opción es financiarlo entre todos, con un sistema que garantice su independencia, claro está.