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Wikileaks y mi decepción con el contenido generado por el usuario

Hace ahora seis años puse en marcha, junto a mi amigo Juanan Pereira, la empresa que acoge este blog: Alianzo. Entonces era un firme creyente en el contenido generado por el usuario y, por tanto, en las redes sociales como herramientas capaces de generar tráficos importantes y participación activa de los internautas. Sin embargo, ahora ya no estoy tan convencido de estas virtudes democráticas.

Los que vivimos el nacimiento de lo que entonces se llamó Web 2.0 nos creimos supermanes que íbamos a derrocar a todos los viejos poderes y especialmente al cuarto (los medios de comunicación) y al legislativo (los políticos). Confiamos en la participación de los usuarios como talismán que mejoraría a las empresas por dentro, que transformaría la forma de gobernar y que pondría en manos de todo el mundo las herramientas de influencia mediática.
Sin embargo, hoy, algunos años después de regozarme con todas estas ilusiones, observo que nada ha cambiado y que la Web 2.0 se ha limitado al campo del marketing. Nada ha cambiado ni creo que lo vaya a hacer. Incluso la Sgae sigue ahí. Hemos sido víctimas, una vez más, del mismo tecno-optimismo que a finales de los noventa nos llevó a creer que en Internet se podía generar una nueva economía capaz de producir crecimientos económicos casi ilimitados.
El batacazo de entonces fue bestial. El de ahora se ha unido a una crisis descomunal y casi no se nota. Pero viendo cómo el principal protagonista de las redes sociales, Facebook, trafica sin prejuicios con nuestras identidades y pronto lo hará con nuestros muros, que se llenarán de publicidad, estoy perdiendo las pocas ilusiones que aún me quedaban. Y voy a citar dos ejemplos recientes que demuestran que la Web 2.0 ha sido otra promesa incumplida, una más, como si ya no quedara duda de que la Humanidad no tiene solución.
El más cercano es el de Wikileaks, protagonista informativo de las últimas jornadas gracias a una documentación «robada» del servicio secreto de EE.UU. ¿Qué tiene esto de novedoso? ¿Es que ya hemos olvidado los dossieres del Cesid que Mario Conde circuló por la prensa el siglo pasado? ¿O el vídeo porno protagonizado por el director de El Mundo con el que le respondieron algunos de los afectados?
Sí, la cinta en cuestión todavía se puede descargar en la mula y no hace falta que te pase una copia un periodista amigo. Es lo único que ha cambiado. Wikileaks no ha publicado los informes en Internet sino que se los ha enviado a medios de comunicación que han demostrado cierto grado de crítica hacia el Gobierno de Bush. ¿Por qué ha confiado en los periodistas profesionales y no en los amateurs? No hace falta que responda. Es evidente que los de toda la vida han vencido a los aprendices de Internet.
De ahí que Digg y su versión hispana, Menéame, se hayan estancado relativamente en los últimos años. Y digo esto comiéndome muchas de las alabanzas que en otros tiempos hice hacia este modelo, en el que no sólo creía sino que incluso traté de protagonizar con herramientas como Negóciame. Los que estábamos en la Web 2.0 estábamos tan apasionados por lo que veíamos que nos cegamos.
Creimos que se había terminado la dictadura del periodista y que íbamos a pasar a una nueva era en la que los usuarios fueran los auténticos protagonistas. Y nos hemos equivocado. Los profesionales de la información están sufriendo porque el modelo económico de sus empresas no funciona tan bien como antes, pero siguen siendo los más influyentes. Ningún blog les ha quitado poder, a no ser que nos centremos en áreas que estaban mal cubiertas, como las relacionadas con la tecnología.
Para saber qué ocurre en el mundo seguimos leyendo El País o El Mundo y los mejores análisis políticos están todavía en sus páginas. Hay alguna excepción, como Nacho Escolar o Iñigo Sáenz de Ugarte, pero estamos hablando siempre de periodistas que, por una u otra razón, prefieren utilizar sus blogs. El Periodismo 2.0 ha demostrado ser una gran falacia. Ha fracasado. Y Wikileaks lo ha sentenciado a muerte.
Otro ejemplo: Obama, que es probablemente el mayor caso de éxito de las redes sociales, por el excelente uso que hizo de las mismas para convertirse en presidente del país más poderoso del mundo. Sus asesores políticos, entre los que figura uno de los cuatro fundadores de Facebook, concibieron una campaña de captación de fondos y de simpatizantes a través de la Red. Y acertaron de lleno.
Dicho de otra forma: Obama demostró ser un artista del marketing online. Sin embargo, a la hora de transformar su Ejecutivo con todo eso que se ha venido a llamar «gobierno abierto», no está obteniendo buenos resultados. Es cierto que es una transformación más cultural que tecnológica, pero no creo que unos mashups de delitos y presupuestos sean prueba alguna de que las cosas han cambiado. Dudo que el Gobierno de Obama sea más transparente y abierto que el de Bush. ¡Y ojalá me equivoque!